sábado, junio 10, 2006

(III) en Si todos los hombres fueran hermanos ¿dejarías que alguno se casara con tu hermana?, de Theodore Sturgeon

Publicado en Visiones Peligrosas de Harlan Ellison

—¡Demonios, vaya si lo estoy haciendo! —dijo Vorhidin, parodiando el estilo de Charli, e hizo una mueca rápida, muy cómica y muy exacta, imitando su luminosa sonrisa—. Y ahora ha llegado el momento de retomar algunos hechos que mencioné anteriormente, las cosas que pueden herirte mucho más que la ignorancia: las cosas que tú sabes que no son así. —De pronto se rió—. Eso es bastante cómico, ¿sabes? He estado en un montón de mundos, algunos de ellos a kilómetros y años de distancia unos de otros en miles de pormenores; sin embargo, esto que estoy a punto de demostrarte, en particular esta conversación de «cierra-los-ojos», «cierra-la-mente», puedes encontrarla en cualquier lugar adonde vayas. ¿Estás listo? Dime entonces: ¿qué tiene de malo el incesto? Retiro lo dicho...; tú me conoces. No me lo digas a mí. Díselo a un extraño, a un drogadicto o a un dipsomaniaco que encuentras en el bar de un espaciopuerto. —Separó las manos, colocó los dedos de tal manera que uno casi podía ver brillar el cristal del imaginario vaso que sostenía, y dijo con voz pastosa—: Dígame, eshtranjero, ¿qué..., qué hay de malo asherca de..., del inshesto, eh?
Cerró uno de los ojos y volvió el otro en dirección a Charli.
Charli se detuvo a pensarlo.
—¿Quieres decir moralmente, o qué?
—No, vamos a prescindir de esa parte. Correcto o incorrecto dependen de demasiadas cosas que varían de un lugar a otro, aunque yo tengo algunas teorías al respecto. No, nos quedaremos sentados en este bar y vamos a aceptar que el incesto es simplemente algo terrible, y partamos de ese punto. ¿Qué es lo realmente malo de él?
—Te unes a parientes demasiado próximos y obtienes descendencia defectuosa. Idiotas, niños sin cabeza y todo eso.
—¡Ya lo sabía! ¡Lo sabía! —cantó victorioso el vexveltiano—. ¿No es maravilloso? Desde las profundidades rocosas de una cultura de la Edad de Piedra, pasando por los brocados y los pantalones hasta la rodilla de las grandes civilizaciones operísticas, hasta las tecnocracias computarizadas, donde injertan electrodos en la cabeza y derivan los pensamientos en una caja..., haces esa pregunta y obtienes esa respuesta. Es algo que todo el mundo simplemente sabe, y por lo tanto no es necesario buscar una evidencia.
—¿Y adonde quieres ir a buscar evidencias?
—A la hora de la comida, donde se pueda ingerir cerdo idiota o vacas débiles mentales. Cualquier criador de ganado te lo dirá; una vez que obtienes una raza que quieres conservar y desarrollar, apareas los padres con las hijas y las nietas, y luego hermanos con hermanas. Y continúas así indefinidamente hasta que el rasgo deseable se transforma en recesivo, y entonces te detienes allí. Pero puede darse el caso de que nunca llegue a ser recesivo. De cualquier manera, es algo sumamente raro que algo ande mal en la primera generación; pero aquí, en el bar, estás plenamente convencido de que es así. Y estás preparado para decir que cada retrasado mental es el producto de una relación incestuosa. Es mejor que no lo hagas, porque herirías los sentimientos de algunas personas bastante simpáticas. Ésa es una tragedia que puede suceder a cualquiera, y dudo que haya más posibilidades entre progenitores emparentados entre sí que las que hay en los otros casos.
»Pero todavía no adviertes lo más gracioso..., o quizás es la parte más extraña de eso que tú simplemente sabes que no es así. El sexo es un tema bastante popular en la mayoría de los mundos. Casi todos los aspectos que habitualmente se mencionan no tienen nada que ver con la procreación. Por cada mención al embarazo o al nacimiento, yo diría que hay cientos que tratan solamente del acto sexual en sí. Pero refiérete al incesto, y la respuesta siempre se centra en la descendencia. ¡Siempre! Para considerar y analizar una relación amorosa o de placer entre parientes consanguíneos, aparentemente hay que hacer algún tipo de esfuerzo mental que nadie, en ninguna parte, parece capaz de cumplir con facilidad...; y algunos son absolutamente incapaces.
—Tengo que admitir que nunca se me ocurrió. Pero entonces, ¿qué está mal en el incesto, con o sin embarazo?
—Aparte de las consideraciones morales, quieres decir... La primera consideración moral es que es un concepto horrendo, porque siempre ha sido horrendo. Biológicamente hablando, diría que no hay nada malo en el incesto. Iría incluso un poco más allá, siguiendo al doctor Phelvelt... ¿Has oído hablar de él?
—No lo creo.
—Era un biólogo teórico que consiguió que prohibieran sus libros en mundos donde antes no se había censurado nada..., incluso en mundos donde la ciencia y la libertad de palabra son piedras fundamentales del total de su estructura. Sea como fuere, Phelvelt tenía un tipo de mente muy especial, siempre dispuesto a encarar el siguiente paso, no importa a donde lo llevara, sin admitir que hay ocasiones en que no hay ningún lugar. Pensaba bien, escribía bien y tenía una considerable cantidad de conocimientos aparte de los de su especialidad, y un verdadero arte para desenterrar los que no conocía. Él denominó a esa tensión sexual entre parientes consanguíneos un «factor de supervivencia».
—¿Cómo llegó a eso?
—Mediante una serie de senderos separados que luego se unieron en un mismo lugar. Todo el mundo sabe que hay presiones evolutivas que producen mutaciones en las especies. No se había escrito mucho (antes de Phelvelt) acerca de las fuerzas estabilizado-ras. Pero ¿no te das cuenta de que la cría de razas puras es una de ellas?
—No; así a primera vista no lo entiendo.
—¡Pues entiéndelo, hombre! Toma a un animal como ejemplo. El toro cubre a sus vacas; cuando paren terneras y las terneras crecen, las cubre también. A veces llega a una tercera o incluso una cuarta generación antes de ser desplazado por un toro más joven. Y en el curso de ese tiempo las características de la manada se han purificado y reforzado. No es fácil que nazcan animales con leves diferencias de metabolismo que los induzcan a alejarse de los campos de pastoreo que los demás utilizan. Nunca vas a encontrar vacas con cuartos traseros tan altos que el toro necesite llevar algo en qué subirse en el momento del galanteo. —Después de la carcajada de Charli continuó—: Y ahí lo tienes: estabilización, purificación, mayor valor de supervivencia..., todo como resultado de la presión involutiva, de criar sin mezclar la raza.
—Comprendo, comprendo. Y lo mismo sería aplicable a los leones, los peces, las ranas arbóreas, o...
—O a cualquier animal. Se han dicho muchas cosas acerca de la naturaleza: que es implacable, cruel, despilfarradora, etcétera. Yo prefiero pensar que es... razonable. Admito que a veces llega a ese estado en forma cruel, y otras, demasiado pródigamente. Pero sin duda encara las cosas con una solución pragmática, que es la única que funciona. Me parece razonable proveer de una presión que tienda a estandarizar y purificar un estado exitoso, y reclamar el exógeno, la infusión de sangre nueva, solamente una vez en varias generaciones...
—Es bastante más de lo que siempre hemos hecho nosotros —contestó Charli—, si lo miras de ese modo. Cada generación es un nuevo exógeno que mantiene la sangre en continua agitación, cada organismo está lleno de presiones que no han tenido ni la más mínima posibilidad contra el medio ambiente.
—Supongo que puedes argumentar que el tabú del incesto es el responsable de la inquietud y el desasosiego que llevaron a la humanidad a salir de las cavernas, pero eso es algo demasiado simple para mi gusto. Hubiera preferido una humanidad que se moviera un poco más lentamente, con más seguridad, y nunca volviera atrás. Pienso que la exogamia ritual, que convirtió la procreación involutiva (o entre parientes consanguíneos) en un delito y a «la hermana de la difunta esposa» en una ley contra el incesto, es la responsable de otro tipo de inquietud.
De pronto se puso muy serio.
—Existe una teoría según la cual debe permitirse que ciertos esquemas de hábito normales sigan su curso. Tomemos el reflejo de succión, por ejemplo. Se ha dicho que los niños que han sido destetados tempranamente generan actividades orales que los hostigan durante toda la vida: mastican pajitas, fuman, prefieren beber directamente de la botella, se manosean nerviosamente los labios, etcétera. Tomando esto como analogía, volvamos a examinar las inquietudes de la humanidad a lo largo de la historia. ¿Quién sino un hato de frustrados que nunca en su vida permitieron todas las formas del amor dentro de la familia pudo acuñar un concepto tal como el de «madre patria» y consagrarle e inmolarle sus vidas? Ahí se advierte una gran necesidad de amar al padre, pero también de derribarlo. ¿Acaso la humanidad no ha enaltecido a sus bienamados padres, a sus hermanos mayores, no los ha amado, venerado y muerto por ellos, no se ha rebelado, los ha matado y reemplazado? Muchos de ellos se lo merecían, lo concedo, pero hubiera sido mejor que los otros hubieran ascendido por sus propios méritos y no porque los arrastraba una marea profunda, absolutamente sexual, de la cual no podían hablar porque les habían enseñado que era algo inmencionable.»Ese mismo tipo de corrientes circula dentro de la unidad familiar. La llamada rivalidad entre hermanos es demasiado conocida para describirla, y la frecuencia de amargas rencillas entre hermanos constituye una especie de cliché en la mayoría de las culturas y en su literatura. Sólo muy pocos psicólogos se atrevieron a postular la explicación más obvia, es decir que con enorme frecuencia esos antagonismos son confusos sentimientos amorosos, bien condimentados con horror y culpabilidad. Este esquema demuestra con certeza la causa de los conflictos entre hermanos, y es un problema que una vez expuesto ofrece su propia solución...

(II) en Si todos los hombres fueran hermanos ¿dejarías que alguno se casara con tu hermana?, de Theodore Sturgeon

Publicado en Visiones Peligrosas de Harlan Ellison

La síntesis de medio centenar de conversaciones es la siguiente:
—En la antigüedad —dijo Vorhidin— un desconocido escribió: «Lo que no sabes no es lo que te hiere, sino lo que sabes que no es así». Contéstame algunas preguntas. No te detengas a pensar. (Eso es tonto. Nadie fuera de Vexvelt se detiene a pensar en el incesto. Hablan mucho, así, y muy rápido, pero no piensan.) Yo preguntaré y tú responderás. ¿En cuántas especies bisexuales, pájaros, animales, peces e insectos incluidos, se advierten indicios del tabú del incesto?
—Realmente no puedo decirlo. No recuerdo haber leído nada al respecto, pero además, ¿quién va a escribir sobre ese asunto? Yo diría que unos pocos. Eso sería sólo natural.
—Estás equivocado. Doblemente equivocado, a decir verdad. El Homo sapiens tiene la exclusividad, Charli...; a todo lo largo y ancho del universo sólo la humanidad tiene el tabú del incesto. Segundo error: no sería natural, no lo fue, no lo es y no lo será nunca.
—Es sólo una cuestión de términos, ¿no es así? Yo lo llamaría natural. Quiero decir que es parte de la naturaleza humana. No es necesario aprenderlo.
—Ahí está el error. Tiene que ser aprendido. Estoy en condiciones de documentarlo, pero eso puede esperar; más tarde consultaremos la biblioteca. Por el momento acepta mi argumento.
—Sólo por el momento.
—Gracias. ¿Qué porcentaje de gente crees que se siente atraída sexualmente por sus hermanos o hermanas?
—¿A qué edad te estás refiriendo?
—No interesa.
—Los impulsos sexuales no se manifiestan hasta una determinada edad, ¿no es así?
—¿Es así? ¿Y cuál dirías que es la edad promedio?
—Oh..., depende del indivi... Pero has dicho «promedio», ¿no? Digamos alrededor de los ocho. Nueve quizá.
—Falso. Espera a tener hijos y lo comprobarás. Yo diría que a los dos o tres minutos. Apostaría a que también existen bastante antes de eso.
—¡No lo creo!
—Ya sé que no lo crees —contestó Vorhidin—. De todos modos es verdad. ¿Y qué me dices acerca del progenitor de sexo opuesto?
—Bueno, eso debería darse en una etapa de la conciencia capaz de captar la diferencia.
—Bien..., ahora no estás tan equivocado como de costumbre —dijo en tono bondadoso—, pero te asombraría saber lo temprano que suele suceder. Pueden oler la diferencia mucho antes que verla. Unos pocos días, tal vez una semana.
—No lo sabía.
—No lo dudo ni por un momento. Ahora, vamos a olvidarnos de todo lo que has visto aquí. Vamos a suponer que estás de vuelta en Leteo y yo te pregunto: ¿cuáles serían los efectos en una cultura si cada individuo tuviera una inmediata y aceptable relación sexual con todos los demás?
—¿Relación sexual? —Charli emitió una risita nerviosa—. Exceso sexual lo llamaría yo.
—No hay nada de eso —dijo llanamente el hombretón—. Teniendo en cuenta quién seas y cuál es tu sexo, puedes hacerlo hasta que no puedas más o puedes seguir hasta que por último no suceda nada. Un hombre puede pasarlo muy bien con un desahogo sexual moderado dos veces al mes, o menos. Otro podría recurrir normalmente a él ocho o nueve veces al día.
—Yo no llamaría normal a eso.
—Yo sí. Insólito quizá, pero ciento por ciento normal para el tipo que lo hace, siempre que no sea patológico. Lo que quiero decir es que capacidad es capacidad, ya sea para el contenido de una taza, para un caballo de fuerza o para la altura límite de un avión. Hombre o máquina, no los dañarás si te mantienes dentro de los parámetros para los que fueron diseñados. Lo que sí causa daños, y algunos de la peor especie, es la culpa y el sentimiento de pecado, en los casos en que el pecado no es más que una suerte de apetito natural. He leído historias verídicas de muchachos que se suicidaron a causa de una polución nocturna, o porque sucumbieron a la tentación de masturbarse después de cinco o seis semanas de abstinencia..., algo que por supuesto les preocupaba, manteniéndolos absolutamente obsesionados por lo que no debería tener mayor importancia que aclararse la garganta. Me gustaría poder decir que este tipo de cuento de horror sólo existe en los viejos libros, pero en muchos mundos, incluso en este mismo momento, aún está sucediendo.
»La culpa y el pecado resultan más fáciles de comprender para alguna gente si la sacas de la esfera del sexo. Existen algunas ortodoxias religiosas que requieren una dieta específica, con absoluta exclusión de algunos productos. Dado un suficiente adoctrinamiento por un tiempo adecuado, puedes mantener a un hombre comiendo (pongámosle un nombre arbitrario) "flim" mientras el "flam" está prohibido. De esa forma, seguirá adelante con su magro y mohoso flim, y vivirá semimuerto de hambre en un depósito completamente lleno de hermoso y fresco flam. Puedes hacerlo enfermar, o incluso matarlo, si posees la suficiente habilidad para convencerlo de que el flim que acaba de comer era en realidad flam disfrazado. O puedes enloquecerlo haciéndole insinuaciones hasta que adquiera un auténtico gusto por el flam, y se conseguirá una buena provisión, la esconderá y la mordisqueará cada vez que luche con la tentación y pierda.
«Imagina en consecuencia el poder de la sensación de culpa cuando no es simplemente una cuestión de flim y flam, de ortodoxia manufacturada, lo que está violando, sino una profunda presión de alguna parte de las células de nuestro interior. Es algo tan demente y peligroso como implantar una estructura ético-culpable que impide o inhibe ceder a las necesidades del complejo vitamínico B o del potasio.
—Pero ahora estás hablando de necesidades vitales y factores de supervivencia —le interrumpió Charli.

(I) en Si todos los hombres fueran hermanos ¿dejarías que alguno se casara con tu hermana?, de Theodore Sturgeon

Publicado en Visiones Peligrosas de Harlan Ellison

Entonces tuvo que enfrentar un nuevo y terrible golpe. Charli dormía a veces en la habitación de Tyng, y otras ella lo hacía en la de él. Una mañana temprano se despertó solo, recordó un aspecto escurridizo del trabajo, se levantó y se encaminó pesadamente hacia la habitación de ella. Se dio cuenta del significado de aquel suave canturreo demasiado tarde para pasarlo por alto; y transcurrió mucho tiempo antes de que pudiera comprender su furia ante el descubrimiento de que aquella canción no le pertenecía solamente a él. Se encontró dentro del cuarto antes de poder detenerse; después salió, cegado y tembloroso.
Estaba sentado en la tierra húmeda, en el verde hueco debajo de un sauce, cuando Vorhidin lo encontró. (Nunca supo cómo lo había hallado, ni siquiera cómo se le ocurrió buscarlo.) Miraba fijamente hacia delante, y lo había hecho tanto tiempo que los globos oculares se le habían secado. Parecía gozar con la agonía. Había hundido los dedos con tanta fuerza en la tierra que sus manos estaban enterradas hasta las muñecas. Tres uñas se habían roto al doblarse hacia atrás, pero él aún seguía presionando.
Vorhidin permaneció completamente silencioso al principio, limitándose a sentarse a su lado. Esperó un tiempo que le pareció suficiente y luego pronunció suavemente el nombre del muchacho. Charli no se movió. Entonces Vorhidin le puso una mano sobre el hombro, y el resultado fue sorprendente. Charli Bux no movió nada visible, excepto los tendones de la mandíbula y la garganta, y al contacto con la mano del vexveltiano vomitó. Fue lo que clínicamente se denomina un «vómito proyectante». Empapado y manchado desde las caderas a los pies, con los ojos secos y la mirada fija, Charli permaneció sentado inmóvil. Vorhidin, que entendía lo que había sucedido y posiblemente lo había esperado, permaneció donde se encontraba, con una mano en el hombro del joven.
—¡Dilo!—gritó.
Charli Bux giró lentamente la cabeza para mirar al hombretón. Enfocó los ojos y parpadeó, luego parpadeó nuevamente. Escupió el gusto agrio de su boca y sus labios se retorcieron y temblaron.
—Dilo —repitió Vorhidin, con voz calma pero apremiante, pues sabía que Charli no había podido contener las palabras y preferido vomitar antes que pronunciarlas.
—T..., t... —Charli tuvo que escupir nuevamente—. ¡Tú! —gritó enronquecido—. ¡Tú..., su padrel —gritó al fin, y en una fracción de segundo se transformó en un derviche furioso, en un molino de viento, en un tigre aullante.
Las manos embarradas y ensangrentadas, absolutamente fuera de dominio por el exceso de furia, no llegaron a convertirse en puños. Vorhidin se agazapó en el lugar donde se encontraba y recibió los golpes sin intentar defenderse más allá de un ocasional movimiento de la cabeza para proteger sus ojos. Luego podría curar cualquier daño que los golpes pudieran causarle, pero si esos golpes no se descargaban, Charli Bux jamás se curaría. Todo siguió y siguió por un largo rato, pues algo dentro de Charli no le permitía mostrar fatiga, y probablemente ni siquiera sentirla. Cuando el último de los recursos lo abandonó, el colapso fue súbito y total. Vorhidin se arrodilló gruñendo, se puso penosamente de pie, se inclinó sobre el terrestre, salpicándolo con su sangre, lo levantó en sus brazos y lo transportó a casa.A su debido momento Vorhidin le explicó todo. Tomó largo tiempo, ya que al principio Charli no podía admitir ninguna razón, y menos de Vorhidin, y posteriormente sólo en pequeñas dosis.

viernes, junio 02, 2006

en Si todos los hombres fueran hermanos ¿dejarías que alguno se casara con tu hermana?, de Theodore Sturgeon

Publicado en Visiones Peligrosas de Harlan Ellison

Siempre me he sentido fascinado por la habilidad de la mente humana para fabricarse una verdad y luego dar un paso más (lo cual es realmente el secreto básico de todo el progreso humano), y por la incapacidad de tanta gente para aprender el truco. Un caso concreto: «Queremos hacer desaparecer toda esa basura de los quioscos y de las librerías». Pregunten por qué, y la mayoría de tales cruzados responderán simplemente: porque es «basura», y se sorprenderán de que ustedes les hagan la pregunta. Pero unos pocos darán un paso adelante: «Porque los niños pueden meter las manos en ella». Eso satisface un poco más, pero pregunten: «¿Y qué pasa si lo hacen?», y una minoría aún más pequeña pensará en ello y responderá: «Es malo para ellos». Pregunten de nuevo: «¿En qué es malo para ellos?», y un puñado puede llegar a responder: «Los excita». Para entonces la mayoría de los cruzados probablemente se habrán ido ya, pero si aún quedan un par de ellos pregúntenles: «¿En qué puede perjudicar a un niño el sentirse excitado?», y si consiguen ustedes que den un nuevo paso adelante tendrán que salirse del área de las convicciones emocionales y penetrar en el área de la investigación científica. Tales estudios están disponibles para todo el mundo, e invariablemente muestran que dichas excitaciones son por completo inocuas... De hecho, es completamente anormal que alguien no se sienta o pueda sentirse excitado. El único daño posible que puede producirse proviene no de la propia respuesta sexual sino de la actitud punitiva y de culpabilidad del entorno social..., procedente en su mayor parte de aquellos mismos que están llevando adelante la cruzada.